La vida de Pedro Friedeberg es tan fascinante como su obra. De origen germánico y judío, nacido en Italia en 1936 y emigrado a México en 1939 al estallar la Segunda Guerra Mundial, su infancia transcurrió rodeado de la comunidad extranjera radicada en México que incluía científicos e ingenieros ateos, teosofistas vegetarianos, millonarios estadounidenses excéntricos y aristócratas europeos extravagantes, seguidores ya sea de Peter D. Ouspensky, Emanuel Swedenborg, George Gurdjieff o León Trotski. Su formación se nutrió de los colores y la festividad criolla y mestiza de la República Mexicana, un país megadiverso en su geografía y su cultura.
Friedeberg siempre ha integrado su experiencia de vida a su gran cuerpo radial de obra. Es un creador que ha sido testigo y partícipe en la evolución de la historia del arte moderno y contemporáneo. Ha convivido y conversado directamente con artistas tan conocidos e importantes como Man Ray, Max Ernst, Leonora Carrington, Remedios Varo, Alexander Calder, Kenneth Noland, Saul Steinberg, Salvador Dalí o Mathias Goeritz, entre muchos otros. En una carta manuscrita en París el 23 de febrero de 1963, el poeta francés André Breton describió la Mano-silla, la obra más conocida de Friedeberg, como una obra surrealista.
Además, incluyó en su obra de manera muy temprana elementos pop y op-art, antes de que estos fueran movimientos internacionales reconocidos. Como estudiante de arquitectura fue un rebelde y su obra comienza como una protesta contra la arquitectura funcionalista y minimalista derivada de la Bauhaus exaltando el academicismo; una rebeldía por llevar la contraria lo enamoró del adorno y la voluta. En su batalla contra «el buen gusto» ex-ploró y ha continuado hasta nuestros días los pliegues del neobarroco.
La diversidad de los soportes y los temas en la obra de Friedeberg colocan al artista en el centro creativo desde el cual, como los rayos del sol, irradia cada una de sus líneas de exploración estética manifestadas en obras que, en una primera mirada, parecieran ser de es-tilos y autores diferentes; sin embargo, en su conjunto, componen un cuerpo de obra coherente desde su propia creatividad. Joseph Beuys, uno de los artistas a los que se les atribuye ser parteaguas entre el arte moderno y el contemporáneo, en los años cincuenta y sesenta puso en claro que el arte recae en la existencia misma del artista, desde el cual surgen las formas estéticas como un punto radial. La obra de Friedeberg es tan diversa que resulta en configuraciones muy diferentes entre sí. En esta exposición presenta al mismo tiempo objetos tridimensionales —esculturas de madera tallada y oro de hoja, ensamblajes de objetos encontrados y transformados, geometrías volumétricas con características antropomórficas, torres con elementos multiculturales que asemejan a los «objetos de virtud» de las catedrales u objetos que evocan a la infancia y el juego— y también obras bidimensionales —pinturas de escenografías teatrales barrocas y manieristas con un toque de surrealismo, de espacios creados de poemas y citas escritas, o con figuras geométricas que se repiten desde uno o dos puntos focales, de planos arquitectónicos y urbanísticos, a veces con dos o tres o incluso múltiples pun-tos de fuga en juego, dibujos planos con seriaciones y variaciones o proyectos de arquitectura idealizados que revisitan los estilos históricos, acompañados de listas y diagramas enciclopédicos, fórmulas matemáticas, símbolos lingüísticos, místicos y religiosos, animales reales y fantásticos—, entre otras muchas configuraciones, todas ellas provenientes del pulso creador. La casi totalidad de su obra está marcada por el cinismo, un profundo sentido del humor gracioso e irónico, una afición al absurdo y lo ridículo, incluso hacia sí mismo, pues él es modesto al hablar de su obra.
El humor y la erudición son los elementos que permiten la fusión que se repite como una constante en todo el cuerpo de obra de Friedeberg, la aglutina en un solo grupo de radiales. La fusión de elementos disímbolos que provienen de distintos valores, tradiciones y evoluciones histórico-estéticas es una característica fundamental para entender su trabajo como resultado de una vida multicultural abierta, sin fronteras rígidas de separación por categorías o escuelas. Por ello, Friedeberg, si bien dialoga con los principales movimientos artísticos del siglo XX en su segunda mitad como el arte óptico, el arte pop y el conceptualismo, focaliza y retoma el ornamento como el elemento principal al revisitar constantemente la historia de la imagen desde el Renacimiento a la actualidad y es heredero directo del movimiento surrealista, no pertenece de lleno a ninguno de ellos y los fusiona en una especificidad única que lo hace ser un artista sui generis. La presente exposición busca que el espectador transite libre-mente por ella y descubra con desorden la riqueza de elementos disímbolos para que así la viva y la contemple como si la estuviera experimentando desde la visión de Friedeberg. El objetivo de explorar sin separar la obra por núcleos, categorías o clasificaciones permite que el espectador reciba la vivencia del orden en la confusión y el rigor en el abigarramiento.
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