Escrito por María José Bruña Bragado
En su fábula sobre Judith contenida en A Room of One’s Own (1929) Virginia Woolf constata lo que casi un siglo y medio antes había apuntado Mary Wollstonecraft en A Vindication of the Rights of Woman (1792): que “ser hombre” o “ser mujer” implica una serie de presupuestos maniqueos sobre sus capacidades físicas y aptitudes intelectuales. De haber existido, la supuesta hermana de Shakespeare ideada por Woolf jamás hubiera podido desarrollar su talento artístico debido a los obstáculos socioculturales que, en el siglo XVI, y hasta bien entrado el siglo XX, marcan el acceso de las mujeres al conocimiento: suicidio, matrimonio o convento constituirían el limitado y trágico espectro de posibilidades.
Christine de Pizan, sor Juana Inés de la Cruz, María de Zayas, Flora Tristán, George Sand, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Colette, Charlotte, Emily y Anne Brontë, Emilia Pardo Bazán, Delmira Agustini, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik reflejan un combate a muerte por conseguir ese “cuarto propio” de la libertad, imaginación e independencia creativas y una legítima y justa consideración como las “genias” incontestables (Kristeva dixit) que eran.
Fue realmente una proeza y un ejercicio de alto riesgo confrontar la locura, la pobreza, el silencio y la muerte, pero tras 2500 años de desventaja educativa, política y social, las mujeres consiguieron empezar a cambiar el signo de esa “casa del lenguaje” (Heidegger) unívocamente masculina que todos habitamos y escapar de los binarismos y de un imaginario simbólico patriarcal dominante que impregnaba cultura, ciencia y pensamiento.
Por ello, es fundamental que en el siglo XXI continuemos la valiosa tarea de revisión del canon literario tradicional del que se había excluido o marginado a las escritoras y las incorporemos como miembros de pleno derecho.
Trataremos de paliar aquí parcialmente esta carencia histórica en la literatura hispánica al completar e iluminar el canon narrativo mexicano del fecundo siglo XX a partir de cuatro voces imprescindibles e inconfundibles: las de Nellie Campobello, Elena Garro, Cristina Rivera Garza y Margo Glantz. Los textos Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México (1931; 1941), Los recuerdos del porvenir (1963), Nadie me verá llorar (1999) y Por breve herida (2016) trazan un recorrido lúcido, en fondo y forma, por la Revolución Mexicana, la Guerra Cristera, el insilio o la errancia como destinos aún de impronta femenina, la locura y la psiquiatrización paternalista, el deseo, la memoria y el archivo, la maternidad o la identidad mestiza, la presencia de los mitos prehispánicos y el sincretismo cultural. Y lo hacen a partir de registros y tonalidades que van de la ironía más sutil hasta la denuncia directa o el humor corrosivo y en géneros variados e híbridos -sabemos que la hibridez marca estos tiempos posthegemónicos- como el relato de ficción, la prosa diarística, el ensayo cultural y antropológico o la novela poética. Su literatura ofrece un mosaico plural, diverso y amplio acerca de la historia, la sociedad y la cultura mexicanas, así como la configuración de un universo, un estilo y una mirada desestabilizadora y cuestionadora de los discursos oficiales, pero también mostrará inquietudes escriturales y de experimentación lingüística propias que revelarían una trayectoria y sensibilidad distintivas en cada una de ellas.
Nellie Campobello, Elena Garro, Cristina Rivera Garza y Margo Glantz muestran que el peligro que supone la agencia en la escritura para la mujer puede ser también una fuente de placer (Vance, Cixous), de afirmación vital, de inteligencia creativa y crítica y, en última instancia, de poder; un poder no jerárquico sino horizontal, que sitúe las cosas en su justa medida y contrarreste los todavía notorios y flagrantes desequilibrios de género en el ámbito de la cultura, de la sociedad, del pensamiento, de la vida.
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