Escrito por Rafa Sarmiento, periodista
Obedeciendo a la inmensa diversidad que en su territorio habita, México ofrece también una profusa paleta sonora. El mestizaje propio que define una identidad cromática se manifiesta en tradicionales sonidos locales, otros tantos heredados de ultramar y, por supuesto, otro puñado procedente de la obvia influencia de vecinos, que ha penetrado en el territorio y su sociedad.
México sabe y huele a muchas cosas o se entinta en diferentes colores, pero también explora y explota en sonidos de gran variedad que han acompañado la vida nacional y social del país.
México suena a marimba y a jarana, a arpa y trompeta, a guitarrón y violines, a acordeón y tarolas. A güiro y timbales, a clarinete y tambora, a clavecín barroco, a laúd y tiorba.
México es una tarde de danzón en el zócalo de Córdoba, un mariachi sonoro que chifla y se faja el cinto de cuero y un pasodoble andaluz en la plaza de toros. Es clásico con “C” de Copland.
Dicharachero y vigoroso, es también la banda del suburbio, la voz de los que no hablan y el baile de los que no cuentan. Es la expresión de jóvenes criminalizados por ser jóvenes o las ínfulas de una estrella pop ansiosa de comerse el mundo sin importar el precio.
La música como acto de expresión se introduce también en el cine, en formas directas o circunstanciales.
Así lo retrata Duncan Bridgeman, productor londinense ganador de dos Grammy, quien dirigió Hecho en México. En la década de los ochenta se dedicó a producir y hacer ingeniería de sonido para diversos artistas pop menores como Maxi Priest o algunos enormes como Duran Duran. Siempre estuvo relacionado con el cine a través de la música, y formó parte de la banda sonora de muchos proyectos, pero en otros tantos, incluyendo este documental que justamente explora ese abanico y espectro sonoro de México. Bridgeman repasa desde un son huasteco a una tecnocumbia del Instituto Mexicano del Sonido, pero más allá de eso, analiza y plasma el impacto de todos esos sonidos en nuestra vida, tradiciones y costumbres.
Danzón (1991) es el segundo largometraje dirigido por María Novaro, una de las mujeres más prominentes de la cinematografía nacional. Relato de soledades, de aventuras, de mujeres, de miserias y deseos. La trama recae con fiereza en María Rojo, la musa de Jaime Humberto Hermosillo con quien justamente ese mismo año 1991 estrenó La tarea. Rojo es Julia Solórzano, la madre soltera trabajadora, que en sus tacones de broche encuentra una serie de anhelos en su ortodoxa asistencia al Salón Colonia, donde baila el tradicional ritmo de origen cubano, tan popular en los barrios mexicanos y en donde tiene encuentros continuos con un hombre maduro que un buen día desaparece. Julia emprende un viaje a buscarlo, pero a cambio inicia un proceso de aprendizajes a veces llenos de desazón y dolor, a veces de sudor y pasión.
En 1992, un año después de que Danzón fuera estrenada, el escenario del Teatro Angela Peralta —ese grandioso foro al aire libre en medio de la zona más yuppie y fresa de Polanco—, recibió la visita de la plurinacional banda francesa Mano Negra. Manu Chao, líder y vocalista del grupo, salió vestido de ciclista y puso a bailar a un enardecido teatro, que vio pasar antes a Maldita Vecindad y a una banda telonera que no todos los asistentes conocían: eran cuatro chavos de quienes se sabía que eran “satelucos” y se hacían llamar Café Tacuba, como aquel restaurante enclavado en un edificio del siglo XVII en la calle Tacuba número 28 en el centro.
No tenían baterista pero sí una caja de ritmos; el teclista no tenía tres pisos de sintetizadores, pero todos sus solos los hacía con un melodión. No tenían bajista, pero esas frecuencias salían de un tololoche. No tenían guitarra eléctrica, pero sí una acústica tipo española… y el vocalista… era un chico bajito, en huaraches de cuero, ropa de manta y un sombrero de paja. Parecía más un trabajador del henequén en tiempos revolucionarios que una estrella de rock. Bajo ese sombrero de paja, se escondía una melena que le llegaba a media espalda; pero eso no sucedía sino hasta que tocaban Chica banda, Pinche Juan o Las persianas que era cuando todo se descontrolaba. Pocas veces vi una comunión tan inmensa entre una banda telonera y el público asistente.
Tacuba sacó su primer disco, homónimo, ese mismo año. El resto es historia. Hoy en día, junto con Zoé y Molotov son quizá los actos más conocidos y potentes de México. Tacuba ha llegado a todas las latitudes. Ha reinventado y creado una identidad y ha trabajado sin tregua. Parte de toda esa historia ha sido retratada y rescatada por Ernesto Contreras y Jose Manuel Cravioto en el documental Seguir siendo, una fascinante radiografía con material en video inédito y personal, rescatado de entre la familia, amigos y la misma banda, además de una serie de entrevistas testimoniales y reflexiones sobre esta inmensa e inusual banda mexicana. El curioso pietaje de esta obra audiovisual es probablemente su más sabrosa cualidad.
Después de ese concierto masivo en el Ángela Peralta de Polanco, los vecinos de la zona high class, impidieron que se volviera a hacer cualquier tipo de evento de esa naturaleza en dicho parque y teatro. Y es que hubo olor a marihuana, intentos de “portazos», algunas botellas de vidrio volando hacia la hostil policía que repartía palazos a los punks que se presentaron o uno que otro fan desesperado que quiso meterse a fuerza al ya desbordado teatro.
La eterna historia. Los pocos espacios, la marginación de un género que siempre se mantuvo contenido y en lugares pequeños aunque hay también algunos momentos en donde emergieron de entre el suelo como raíces sin contención movimientos sociales y musicales de forma masiva, ruidosa, estrepitosa y para algunos —inclusive— incómoda.
20 años antes del cierre del Ángela Peralta a los conciertos, se celebró un festival de música en la tranquila localidad de Avándaro en el estado de México. Un pueblo enclavado en medio de un bosque de coníferas a orillas de un lindo lago. Ahí se realizó el famoso Festival de Avándaro. Querían organizar un festival masivo con 25,000 asistentes, pero se salió un poco de control. Se calcula que entre los dos días que duró el festival, pudieron haber llegado hasta medio millón de personas. Lo que es un hecho es que hubo un momento en el que había 200,000 personas presentes. Había programados 12 actos musicales entre los que figuraban Los Dug Dug´s, La División del Norte y la mítica Three Souls in My Mind —más tarde convertida en El Tri— iban a ofrecer un recital que pasaría a la historia como el “Woodstock mexicano” y cuyos entre telones, hoy parecen muy divertidos: uno de los promotores del festival fue el siempre bien peinado y elegante Justino Compean, más tarde convertido en alto directivo del fútbol mexicano, presidente del Necaxa, cabeza de la selección mexicana de fútbol y vicepresidente de la Concacaf. El festival fue transmitido por radio gracias al empuje de la compañía Coca Cola y de todo el trabajo que hizo el entonces presidente de la compañía refresquera para América Latina Vicente Fox Quezada.
Eran años vertiginosos. Apenas tres después de la gran matanza en Tlatelolco y justo el mismo año del llamado “Halconazo”, ambos hechos una muestra clara de la intolerancia, represión y mano dura que hubo por parte de las autoridades en funciones. Avándaro fue señalado, criticado, menospreciado, condenado, tergiversado y rechazado. Hubo represión y un cerco de autoridades, pero el innegable hecho histórico se ganó. Alfredo Gurrola capta el festival a través de su lente en la obra Festival de rock y ruedas en Avándaro”, un corto documental que no rebasa la media hora, pero que resume el espíritu de libertad, rebeldía, música y valentía que cupo a empujones y largas caravanas por las carreteras.
El año 2000 marcaba en México el inicio de una transición. Un nuevo partido político llegaba a la presidencia tras más de siete décadas de oficialismo PRIísta. Justamente el hombre que llevó Avándaro a la radio se convertía en el primer presidente de oposición desde Francisco Indalecio Madero. Hablo de Vicente Fox, aquel en quien se depositaron todas las esperanzas de un cambio profundo que ocurrió en ciertas cosas y no se inmutó en muchas otras.
En ese mismo año de inmensa transición, la cantante pop Gloria Trevi fue arrestada en Rio de Janeiro. Pasó tres años encarcelada en Brasil antes de ser extraditada a México donde finalmente encaró a la justicia. Del otro lado del mundo, estaba el joven cineasta suizo Christian Keller. Con menos de treinta años y desde Zürich, buscaba un tema salvaje que lo inspirara para hacer su ópera prima. Keller leyó un articulo con la historia de Gloria Trevi en un periódico helvético y encontró en el caso, la historia que quería retratar. Tomó un avión, se entrevistó con ella y logró los derechos de la historia que luego la misma Trevi quiso recuperar. Keller no hablaba español, no conocía del todo a los personajes y sin embargo se rodeó de un equipo especializado que hizo una gran dirección de casting y que contó con un muy buen guion a cargo de la periodista Sabina Bergman. Sofia Espinosa lleva el papel principal en Gloria, una cinta muy seria a forma de biopic, con una narrativa sólida sobre una historia de ascenso y descenso en caída libre hacia la desgracia.
Casa de México en España presenta el ciclo Siempre suena, una pequeña selección que resume y ejemplifica de forma clara la diversidad sonora que el país ofrece y representa, así como la fascinación por los personajes y las historias que de ellos emanan; las progresiones de notas, el oficio, la expresión e inventiva que se traduce y conjunta en otras disciplinas artísticas captadas tanto por realizadores nacionales como otros extranjeros.
Que lo disfruten.