De cine, mole y pozole | Ciclo de cine

La selección de títulos se centra en temáticas relacionadas con la comida, desde las bebidas destiladas como el tequila y el mezcal, pasando por la cocina tradicional heredada, la alta cocina, la sostenibilidad, la técnica y mucho más.​

Las plataformas y los festivales  dedican cada vez más espacios a la apreciación de la comida y a la pasión en torno a su elaboración. El arte culinario, los ingredientes o la propia experiencia de comer son el detonante de narraciones que han marcado una tendencia audiovisual recientemente y que ha adquirido gran importancia entre los espectadores.​

La comida mexicana es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y la cantidad de recetas que existe en el país es maravillosa. Qué mejor manera de conocerla que en una sesión inmersiva con pantalla grande, y acompañada de profesionales y sorpresas. 

Las proyecciones se complementan con presentaciones y experiencias sensoriales.​

Como agua para chocolate​
Jueves 1 de junio, 19:00h ​
Sábado 17 de junio, 19:00h​

Canela​
Viernes 2 de junio, 19:00h ​
Jueves 15 de junio, 19:00h​​

Destilando Jalisco: Tequila​
Sábado 3 de junio, 19:00h​
Viernes 16 de junio, 19:00h​

​Destilando Oaxaca: Mezcal​
Jueves 8 de junio, 19:00h ​
Viernes 23 de junio, 19:00h​

​Cuarentones​
Viernes 9 de junio, 19:00h​
Jueves 22 de junio, 19:00h​

​Chef’s Table: Enrique Olvera: ​
Sábado 10 de junio, 19:00h

Entre todos los procesos creativos que nos rodean cada día, la creación cinematográfica y las artes culinarias comparten más de lo que podría pensarse. En su preproducción, el cine germina a partir de un guion que funciona como receta de cocina; se indican cantidades, ingredientes, matices técnicos y pasos a seguir. En la mayoría de las películas, como en los guisos de nuestra infancia, las especias y tiempos de cocción marcan la mayor diferencia: un diálogo en el tono adecuado, una mirada en el momento justo, un sonido preciso, un movimiento de cámara absorbente o una paleta de colores bien meditada. 

El cine, como todo buen platillo, nace de un libreto, pero es la humanidad de los ejecutantes la que otorga el sabor, la sazón, la personalidad robusta y sutil al paladar funcionan tal como una fotografía subyugante, una actuación magnética, una banda sonora inolvidable. Una buena receta culinaria, como un buen guion, son letra muerta si no se les inyecta vida. Por eso, imágenes y sonidos se alojan en el mismo rincón del cerebro que los sabores u olores. Porque de ambas está hecha la memoria. 

A través de su larga, compleja y estimulante historia compartida, México y España han sostenido dos diálogos de enriquecimiento mutuo, sostenidos contra viento y marea: la comida y las películas. Incluso durante periodos de tensión diplomática o enfriamiento político, hubo embajadores insustituibles a ambos lados del océano: el cocido madrileño o la labia de Cantinflas, los ojos de Sara Montiel o el porte dionisíaco de Ofelia Guilmain, el diálogo fecundo entre el vermú y el mezcal, el mole negro y los callos, o el de Jorge Negrete enamorando, canción por canción, a Carmen Sevilla. 

La comida, sea como pretexto narrativo para enmarcar una historia o como estimulo sensorial para sazonar a un personaje y sus circunstancias han estado unidas al cine mexicano por más de un siglo: desde los salones aristocráticos hasta las mesas más humildes, restaurantes nocturnos o el tablón de una cantina, son incontables los momentos fílmicos en donde el conflicto se resuelve o se origina al calor de platos humeantes, tortillas calientes o jarros rebosantes de bebida.  

No menor es la importancia de la propia cocina en la arquitectura de los hogares mexicanos, ahí en donde en incontables películas se hacen confesiones, se piensa en voz alta o se chismea al calor de la estufa o el comal. Sin embargo, son contadas las cintas en donde la gastronomía tiene el protagonismo sensorial y el potencial de incendio erótico de Como agua para chocolate (1991), quinto largometraje del veterano Alfonso Arau -de ascendencia vasca- a partir de la popular novela de Laura Esquivel. 

La historia de Tita (Lumi Cavazos), Pedro (Marco Leonardi) y la familia matriarcal envuelta, a la vez, por la polvareda de la revolución y los olores sagrados del horno y el anafre, fue protagonista en el boom del cine mexicano a inicios de los noventa. Se estrenó a la par de Cronos (Guillermo del Toro), Sólo con tu pareja (Alfonso Cuarón), Danzón (María Novaro) o La mujer de Benjamín (Carlos Carrera), como testimonio de una renovada efervescencia que, tres décadas después, continúa en ebullición. 

Como sabroso entremés para acompañarla, dos comedias culinarias que continúan la conocida tradición del humor popular en pantalla. En Cuarentones (2022) de Pietro Loprieno, una pareja dispareja de amigos y cocineros, asociados en un pequeño restaurante de autor, hacen un viaje al sur mexicano para concursar en un certamen que los ponga a la vista de los grandes chefs Michelin. Como en todo buen viaje del héroe, la convivencia de ambos -uno deprimido por amor, otro entusiasta en demasía- envuelve a la comida como una metáfora de la amistad.  

En Canela (2012) de Jordi Mariscal, la competencia está envuelta en una sátira fácilmente reconocible, sea en México o en España: la televisión reality culinaria, jueces y concursantes, cocinas fusión y el eterno conflicto entre la innovación culinaria y la cocina tradicional. Finalmente, como acompañamiento y guarnición, dos acercamientos documentales a la cocina mexicana. La serie Destilando México (2018) presenta episodios dedicados a las regiones gastronómicas por excelencia: Jalisco y Oaxaca, cunas respectivas del tequila y el mezcal. A la par, la popular Chef´s Table (2015) visita al galardonado y mediático chef mexicano Enrique Olvera para develar secretos de cocinas como las del restaurante Pujol, en Ciudad de México o Cosme, en Nueva York. 

Una vez abierto el apetito, bastan pocas palabras para iniciar el festín: Buen provecho y buen cine.