El origen del tradicional rebozo mexicano se pierde en las centurias, pero es posible que haya visto la luz entre los linderos del mundo mesoamericano, el europeo y el asiático.
Hay quien quizás encuentra sus rastros entre los chales y mantillas provenientes de Europa. O de entre los mantones de seda traídos a Nueva España desde Filipinas, en el Galeón de Manila. Para algunos otros, mesoamericanistas, el rebozo puede anclar su nacimiento en tiempos prehispánicos. Quizás en el mámatl o mamalli, que era una prenda de trabajo femenina, pues se usaba para cargar sobre la espalda, desde el crío hasta la comida.
Otro posible origen yace tras de la tilma (en náhuatl tilmatli, que significa manta), un lienzo de algodón que a modo de capa era llevada por los hombres anudada al hombro y que podía servir también como delantal.
Otro punto de partida sobre su historia puede ser el ayate, cuyo uso era distinto a la tilma: un instrumento agrícola para recoger cosechas. El más famoso es el que portaba Juan Diego cuando la Virgen se le presentó milagrosamente en 1531 y estampó su imagen en él, instaurando la iconografía Guadalupana.
Lo más seguro es que su evolución haya sido híbrida, mezclando varias tradiciones textiles. Para el siglo XIX su uso estaba destinado a cubrir la cabeza de las mujeres cuando se asistía a oficios religiosos, lo que lo emparenta con el almaizar, prenda a modo de tocado de gasa usado en la España mozárabe.
Después de la Revolución Mexicana se popularizó el rebozo, desplazando a la hispánica mantilla. Históricamente, su complicada manufactura tiene importantes centros de producción en Tenancingo (Estado de México), el Valle del Mezquital (Hidalgo), Santa María del Río (San Luis Potosí), Hueyapan (Puebla), Uruapan, Paracho y La Piedad (Michoacán); y Moroleón (Guanajuato).
Para la realización de esta prenda y dependiendo de su lugar de trabajo, se puede usar algodón, lana, seda o artisela (rayón) y su manufactura es igualmente característica de cada lugar.
Santa María del Río
De entre la enorme variedad de diseños que existen para los rebozos de Santa María, sobresalen por su belleza y colorido: el tradicional rebozo de bolita, finamente jaspeado; el palomo, sobrio pero de gran tradición, y el inigualable rebozo caramelo, con su alegre multiplicidad de colores entretejidos en fina combinación.
El proceso se inicia con el teñido de los hilos que generalmente implica la técnica del ikat. Para su aplicación se separan tiras completas de hilo y se dibuja sobre ellas el diseño. Sobre los trazos del dibujo se hacen pequeños nudos a lo largo de las tiras, dejando espacios alternados, dependiendo de las características del diseño.
Cuando las tiras de seda han quedado anudadas, se sumergen en el tinte. Secas las tiras, se deshacen los nudos y quedan espacios blancos intercalados con los teñidos, logrando un terminado que se conoce como “jaspeado”.
De esta manera, se obtienen madejas de hilo bien coloridas que, siendo lisas o jaspeadas por el ikat, van siendo pacientemente integradas al entramado de un rebozo más, que tras el ir y venir de las lanzaderas, dan origen a los finos rebozos de Santa María del Río, lugar que por años ha mantenido una de las tradiciones reboceras más importantes del país.
Hueyapan
Para tejer un rebozo de Hueyapan, Puebla, El primer paso es conseguir el hilo de lana o hacerlo. Posteriormente entre el proceso de tejido de las prendas que consisten en montar una urdimbre en un telar de cintura y tejer una estructura de tafetán sencillo. Así se obtienen, chalinas, rebozos, quechquémitl, y tomnicotones que pueden se cerrados o abiertos.
El siguiente paso es pigmentar la prenda. Para esto las mujeres de Hueyapan realizan varios procesos con tintes naturales de origen animal y vegetal. Para obtener los tonos rojos y rosas usan la grana cochinilla, para el color café usan cáscara de nueces, Para el color amarillo pueden usar flor de pericón o flor de cempasúchil, aunque también usan algunos tipos de musgo que dan el color amarillo.
Pero el tinte en el que verdaderamente son unas excelentes maestras es el azul añil. Esta planta es la principal fuente de obtención de este color y todas sus variantes de tono. Para sumergir una prenda en el añil, que dará un color desde azul cielo hasta azul índigo e incluso negro, las mujeres usan una olla muy grande que tiene en el fondo una capa gruesa de residuos de todas las anteriores pigmentaciones, desde hace muchos años. A ese residuo le llaman “agua de simiente” y consideran que su presencia es indispensable para que l tinte se logre correctamente.
Tras haber teñido la prenda se inicia el peciente y largo proceso de adornarla por medio de diseños bordados a mano con aguja sencilla. Los hilos para bordar también son de lana y están teñidos de forma natural con cientos de variantes de colores hermosos. Usan dos tipos de puntada, el punto de cruz y la puntada de lado, que es una especia de hilvanado que da continuidad a la puntada pues la aguja no sale sino hasta que se ha bordado todo el motivo.
El resultado con hermosas piezas de fondo azul profundo, rojo, blanco o café, bellamente bordadas con flores y animales de colores vivos y bien balanceados que hacen que cada rebozo o chalina sea un verdadero deleite.
Paracho
De todas las tejedoras de rebozos de Michoacán, la maestra Cecilia Bautista Caballero sobresale porque sus piezas son terminadas con un empuntado realizado de forma extraordinaria con plumas de diferentes aves. Desde luego este arte del tejido tiene una serie de laboriosos y complejos procesos.
Primero se lava el hilo a trabajar y luego se tiñe con añil. Se deja reposar un tiempo hasta que el hilo se pinta parejo. Cuando está seco se pasa al urdidor.
El urdido es la etapa previa al tejido; aquí se acomodan los hilos en la posición exacta que tendrán en el telar. Se pasa la urdimbre al telar y sus extremos se colocan en cada una de las barras (la de la cintura y la que atan).
Una vez que todos los aditamentos empleados en el manejo del telar están listos, se empieza a tejer. El tipo de tejido más utilizado en los rebozos es el tafetán o tejido sencillo; los paños o lienzos miden 2.40 m. de largo por 80 u 85 cm. de ancho; los flecos para hacer las puntas o rapacejos salen del lienzo.
Para empuntar, se deben amarrar las plumas siguiendo un diseño especial en forma de rejilla, sobre la cual se va anudando cada pluma, de vivos colores, con las que se forman hermosas puntas de colores brillantes y tersos.