Desde tiempos prehispánicos, el papel amate juega un papel muy importante en la vida económica y cultural de México.
La palabra deriva de “Ámatl”, que en náhuatl significa papel. A partir de este vocablo, se identifican una serie de árboles de la familia de los Ficus. Con su corteza se realizaba la pulpa para la producción de papel, cuyo uso era muy extendido en la antigua Mesoamérica, tanto para la escritura como para otros fines religiosos y ceremoniales.
Para las culturas mesoamericanas, el papel amate fue clave para la comunicación con fines administrativos. Sólo para poner un ejemplo, los célebres códices prehispánicos fueron realizados con papel amate.
Los territorios mexicanos que comprenden los actuales estados de Morelos, Puebla y Guerrero fueron claves en la elaboración de este material y lo siguen siendo en la actualidad. Su producción se realiza prácticamente igual que en la época prehispánica.
Los artesanos indígenas otomíes han sido claves en el mantenimiento de esta tradición ancestral del papel amate, cuyo uso hoy está muy extendido para fines artesanales, decorativos y aún rituales.
La gran capital productora del papel amate en México, se encuentra en la población otomí de San Pablito, municipio de Pahuatlán, en el estado de Puebla. De ahí el amate se comercializa a otros importantes centros de producción artesanal como Ameyaltepec, San Agustín Oapan y Xalitla, en el estado de Guerrero; así como en las poblaciones de Tenango de Doria, en el estado de Hidalgo y en la comunidad indígena de Chicontepec, en Veracruz.